sábado, 16 de marzo de 2013

Dimensiones

The High Shore, Lyonel Feininger


En su relato "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", escribe Borges sobre la geometría de Tlön:
"comprende dos disciplinas algo distintas: la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie, no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan."
El cuento trata sobre el descubrimiento de un texto donde se describe un mundo ficticio. En él, el idealismo, y no el realismo, es la forma natural de comprender la vida para sus habitantes.


Algo turbio y estridente se esconde bajo la forma que tenemos de percibir el espacio. No sólo de percibirlo, sino -y es de lo que trata este artículo- de sentirlo, de vivirlo : en definitiva, de la experiencia del espacio. La abstracción físico-matemática, con sus axiomas formulados rozando la expresión mística, ha acabado prácticamente por silenciar esa suerte de perturbación. Lo mismo sucede, de hecho, con cualquier "ley". En la enunciación de los fundamentos radica el sosiego de la mente científica, que adultera el alcance del lenguaje. Pero para el que reconoce el límite radical de las palabras, de los conceptos y de la lógica misma, un axioma no es más que una señal de "prohibido el paso" frente a la inmensidad.

La idea de espacio es, parece ser, bastante trivial. Y digo idea y no concepto porque el concepto, a la práctica, acaba siendo algo mucho más distante que la idea. El concepto es un engranaje. Está sujeto a categorías y clases. Puede ser comparado, discutido, modificado, obviado, desterrado del pensamiento, y todo lo demás permanecer igual. Pudiendo definirse, el concepto acaba ineludiblemente siendo resultado de una de las infinitas combinaciones sintácticas que marca el lenguaje. Por lo tanto, aunque potencialmente complejo en estructura, precisamente porque se conoce su estructura, el concepto no aporta nada en sí mismo. El concepto, en definitiva, es un cuerpo inerte.
Sin embargo, la idea precede al concepto. Por tanto, lo abarca. Y por tanto, es más que concepto. Y si es más que concepto, entonces ya no es tan fácil hablar de ideas. Es fácil, claro, hablar de los conceptos que se generan a través de las ideas. Pero la idea está en contacto directo con la experiencia. Y la experiencia, a menos que se experimente, no sirve de nada. La experiencia pasa de conceptos.

En este sentido, el concepto de espacio es, realmente, lo trivial. Presentado lo más brevemente posible, evitando los matices que pudo introducir la física relativista, el espacio se entiende como aquella extensión donde los objetos presentan una cierta posición y orientación relativas. Es decir, el concepto de espacio relaciona los conceptos de extensión, objeto, posición, y orientación. Cada uno de estos conceptos, a su vez, relaciona otros conceptos más básicos, hasta llegar a los conceptos "primitivos" o "átomicos", más allá de los cuales no cabe conceptualizar nada. Fantástico. Ahora bien: ¿qué es (y NO "qué significa") estar alguien en algún lugar? Más concretamente: ¿qué es estar yo en algún lugar?

¿Es correcta esa forma de expresarse? ¿El "yo" es ubicable? Evidentemente, puedo tratar mi cuerpo como a un objeto, y decir "ese objeto que es mi cuerpo está ubicado aquí". De acuerdo. Y, ¿qué es "aquí"? No puede decirse "aquí es donde se encuentra este objeto que es mi cuerpo", ya que sería una tautología, no estaríamos diciendo nada. El uso de la palabra "aquí" cobra sentido en relación con el "yo". Aquí es donde estoy yo. Vaya, volvemos al principio. ¿Y si el "yo" no fuera ubicable? Entonces ninguna de las oraciones comentadas en este párrafo tendrían sentido. Esto muestra: primero, que la relación del "yo" con el espacio no es evidente, y segundo, que el "yo" es en sí mismo algo ambiguo.

Veamos en qué situaciones se involucra el "yo" con el espacio. Básicamente, uno puede estar quieto, o moverse. Cuando uno está quieto, las cosas a su alrededor pueden o no cambiar (habitualmente cambian). Cuando uno se mueve, las cosas a su alrededor cambian seguro. ¿Qué se entiende aquí por "cosas a su alrededor"? Todo aquello que no sea el "yo", y que el "yo" pueda percibir. Esto serían, por ejemplo, la imagen y el tacto. Veo que mi entorno cambia. Si me encuentro con algún obstáculo, puedo sentirlo. ¿Qué es lo que cambia aquí: el exterior, o la percepción de eso que tan tranquilamente hemos denominado "todo aquello que no sea el "yo""? Dicho de otro modo: ¿qué marca el límite entre el "yo" y el exterior?

Efectivamente, parece que el "yo" es algo ambiguo. Y es que, aunque lo más natural resulte hablar de un "yo" en medio del mundo, realmente acaba siendo una forma muy artificiosa (y superficial) de tratar el asunto. El "yo" proporciona una sensación de seguridad. Marca una distancia entre ese "yo" y todo lo que puede afectarle (o sea, todo). Le permite a uno sentirse independiente del mundo. ¿No será, quizás, ése el problema que llevamos acarreando desde el principio? El pensar que el mundo está fuera de uno... El pensar que el espacio está fuera de uno.

No nos ilusionemos: no somos ajenos al mundo. Hablamos de "espacio", y nos "colocamos" en él, nos superponemos, como si se tratara de dos sustancias complementarias, aisladas. Queremos ser más de lo que somos... Lo cierto es que la ESPACIALIDAD nos domina. No porque estemos en el espacio, sino porque somos en el espacio. Hasta tal punto nos impregna la espacialidad, que incluso la misma abstracción que nos hacemos de la mente la representa como un "espacio indeterminado". El vivir y el pensar son vivir-en-el-espacio y pensar-en-el-espacio. Por eso no tiene sentido ni finalidad alguna intentar definir el espacio: sería como intentar definir el límite entre la vida y la muerte. Y ese límite lo marca, como no puede ser de otra forma, la propia vida. Y del mismo modo que no se puede asir la vida, tampoco se puede atrapar el espacio. Sólo se puede vivirlo.

He ahí la estridencia: el espacio es algo genuinamente humano. Nos marca un horizonte infranqueable. Es, junto con el tiempo, la mismísima frontera de nuestra existencia.




miércoles, 29 de agosto de 2012

Dogma




Rescatando una entrada de mi "diario" de hace exactamente un año:

<<Veo que la cuestión del dogma es la más problemática en este intento de... lo que quiera que sea para con la Iglesia católica (quizás, el cristianismo en general, o incluso cualquier religión tan fuertemente institucionalizada dosctrinalmente). En definitiva, la pregunta es: puedo estudiar esto de un modo meramente racional, meramente espiritual, o con una combinación de ambas actitudes? Y, de no ser así, ello confirma la idea de que no hay "conexión" efectiva entre espiritualidad y dogma? De que detrás del dogma no hay nada? Es dificilísimo encontrar libros que hablen del tema. Tenía la esperanza de que el catecismo se expresara más explícitamente al respecto, pero no es así. Referencias a los testamentos, exégesis y tradición, nada más. Nada "místico". Me sorprende que siga con una actitud tan abierta, aún a estas alturas. El dogma es un axioma. Por qué se necesitan axiomas en la religión? Cualquier justificación sociológica resultaría bastante trivial, creo. Pero no por ello menos plausible. Es decir, podría ser esclarecedora, pero incompleta. El hecho es que en gran medida han sido los dogmas los que han provocado el desmembramiento de la Iglesia. La promulgación o el rechazo de dogmas de acuerdo con determinadas exégesis, por un lado, y juicos éticos por el otro.>>

Un año después, con algo más de perspectiva, me veo capaz de rebatirme a mí mismo y ampliar un poco las miras.

Lo problemático NO es el dogma en sí mismo. El problema surge al cuestionar el dogma. El simple hecho de preguntarse "puedo estudiar esto de un modo meramente racional, meramente espiritual, o con una combinación de ambas actitudes?" ya representa una iniciativa racional. De modo que, rigurosamente, el dogma como tal no puede ser cuestionado aisladamente. No hay forma de alcanzar el dogma "desde fuera". Efectivamente, nada puede afirmarse acerca de su verdad. Puede afirmarse que sea verdad (es lo que hace la religión), pero no puede analizarse tal verdad.

Decimos que desde fuera no puede analizarse. Ahora bien, desde dentro no debe analizarse. Delicada cuestión. Un escéptico-tirando-a-cínico interpretaría este deber como una imposición injustificada, una forma de represión podría decirse. Pero está claro que un creyente no lo verá de este modo. En este punto, es perfectamente lógico que el escéptico considere que el creyente está en error. Pero el creyente argumentará que el dogma trasciende a la lógica. Y es precisamente esta supuesta trascendencia del dogma la que anula cualquier intento racional de "hundirlo". Lo que se sigue de esto es que el dogma podría ser verdad, o no serlo, pero en cualquier caso se encuentra a salvo de cualquier ataque racional. 

Entonces, ¿por qué desde dentro no se debe analizar? La pregunta no es apropiada al contexto. La cuestión es que el creer verdaderamente es incompatible con el querer analizar. Alguien que crea en un dogma no tendrá ninguna necesidad de cuestionarlo. Y si alguien lo cuestiona, es que no cree verdaderamente. Ésta es la lógica, el discurso interno. El problema, por tanto, no radica en el dogma, sino en la fe.

(falta)

sábado, 14 de julio de 2012

Pseudociencia

The Funny Times


Una afirmación-doctrina de tipo pseudocientífico se distingue de una afirmación-doctrina considerada científica en su falta de rigor científico. Este rigor científico suele consistir en métodos de comprobación estándar de tipo estadístico, si se consideran ciencias experimentales como la medicina. Pero también hay todo un discurso en torno al cual gravitan los resultados experimentales, que es precisamente lo que trata de dotarlos de cierta coherencia. Debería esperarse que el discurso vaya a la par con los resultados experimentales para que una teoría se considere, digamos, funcional. Sería la actitud "científicamente natural". De todos modos, evidentemente, el hecho de que una teoría esté "respaldada experimentalmente" no hace ni mucho menos que sea cierta (esto sería un absurdo por la propia definición de teoría). Tan sólo significa que en un cierto porcentaje de casos concuerda el resultado esperado con el resultado experimental. En otras palabras, una teoría nada explica; tan sólo intenta describir groseramente un cierto fenómeno. En última instancia no deja de ser una forma de pragmatismo conceptual.

De cualquier forma, parece que a mucha gente le trae sin cuidado la estructura de la teoría, y se contenta con su discurso y/o resultados. En ambos casos podría calificarse de creyentes a aquéllos que se conforman con esto. Los que se interesan por el discurso pueden sentir cierta fascinación por el mundo que les rodea, aunque no tanta como para investigar (¿no englobaría esto esa actitud tan en boga de la "divulgación científica"?). En definitiva, quieren formarse una imagen del mundo, pero los fudamentos de esa imagen no exigen asentarse. Es decir, la imagen parece bastar. Los que se interesan por los resultados no necesariamente buscan una explicación. Pueden verse atraídos por cierta teoría ya sea por sus aplicaciones en el mundo de los objetos (actitud ingenieril, "artesanal") o en el de las personas (actitud de / hacia el "enfermo alternativo", actitud de "autoayuda", etc). En este último caso la actitud manifiesta podría transcribirse más o menos así: <¿Hasta qué punto tiene importancia el discurso, cuando lo que interesa es la efectividad? ¿Qué importa cómo funcione, si funciona?>. La cuestión es que, asumiéndose desde un principio que funcionará (o puede funcionar), entra en juego el efecto placebo, lo que distorsiona de hecho la efectividad del tratamiento / teoría (podría ser interesante extender este concepto del placebo a otras disciplinas no médicas). ¿Basta desear que algo funcione para convencernos de que funciona?

Lo que se aprecia es que la actitud pseudocientífica llega a revelarse incluso en un entorno científico. La fe en la ciencia es una actitud pseudocientífica.

jueves, 12 de julio de 2012

La Marca

¿?, Tiziano


La luz era ya tenue entre la arboleda, y todo parecía despedirse. Tan sólo el frenético canto de los gorriones se resistía a pasar, en un vano intento por alargar los últimos resplandores de la tarde. Y aún duró cierto tiempo esa parodia natural, porque la brisa todavía guardaba algo de calidez, y a su silbido no le faltaba optimismo. Pero pronto se hizo claro que aquella esplendorosa polifonía tenía poco de esperanza, y mucho de réquiem. Réquiem por el sonido, por el color, por la luz. Porque el día tocaba a su fin.

Y tocó a su fin. Nada quedaba ya del día, más que su cadáver. Y, sin embargo, aún había sonido, color, luz. Pero no eran ya del día, sino de la noche.


Qué extraño se veía ese hombre paseando en mitad de todo aquello. También su pensamiento deambulaba tembloroso, aunque éste se encontraba en un lugar muy distante: en ese rincón del alma donde se forma la costra de las desgracias, donde el tiempo se suspende por momentos.

¿Qué significado tenía ahora su vida? ¿Podía ser que toda su historia estuviera únicamente abocada al dolor? Porque el dolor era lo único que le quedaba ahora. Un vacío insoportable. ¿Aún tenía derecho a sentir nostalgia del pasado? ¿Acaso esa vida le pertenecía realmente a él, ahora que era otro? De esta forma erraba su mente, con el vivo deseo de escapar al presente, como si de tanto retroceder fuera a olvidarse de él la realidad. Pero la realidad es paciente y no se molesta en perseguir a nadie, porque tiene al tiempo de su parte. Y de este modo iba el presente empapando su alma, tan suavemente que ni lo notaba.

Su hermano estaba muerto. Muerto. Y le había dejado solo. ¿Cómo podía ser? Un conocido sabor fue calando en su corazón: el de las propias lágrimas. Ese sabor que convierte la pena en un perverso placer y que a todo tiñe de una extraña nobleza. Y de esta sutil autocomplacencia brotaban dulcificados recuerdos repletos de emoción. Aquellas veces que acompañaba a su hermano a pastar. Cómo trataba a su rebaño. La preciosa atención que dedicaba a sus ovejas. No tenía ningún reparo en pasarse las tardes enteras cuidando de las crías, parecía que fueran sus propios retoños. Siempre le extrañó que un hombre pudiera llegar a tener tanta complicidad con los animales. Él, en cualquier caso, carecía de ese don. Y por esa razón se vio resignado a ocuparse de la tierra. Y de alguna forma siempre lo encontró humillante. Era un trabajo mucho más esforzado que el de su hermano. Para que la espelta creciera sana, uno dependía totalmente de la voluntad del cielo. Y a pesar de tanto esfuerzo, un agricultor no podría nunca llegar a estar tan orgulloso de sus cosechas, como podría estarlo un pastor por su rebaño, porque la vida de la planta es inferior a la vida del animal. Pero del orgullo nace la soberbia, y su hermano era un soberbio, eso no podía negarse… No, no, no, lo peor tenía que olvidarse, ya no era tiempo de pensar en maldades. No, habrían sido buenos amigos si hubieran tenido más tiempo. Habrían compartido sus vidas, habrían aprendido el uno del otro. Pero ya no estaba. Ya sólo quedaban estos recuerdos desperdigados y una amargura sin fondo que lo carcomía desde no sabía cuándo. ¿Cómo habría de superarlo? No, se decía, no debía pensar en superarlo, debía sufrirlo, porque de lo contrario significaría que no amaba a su hermano como debería. Tenía que revivir cada uno de esos momentos compartidos para sacar lo mejor de ellos. Pero su hermano pequeño se había ido para siempre. Y qué vacío tan horrible dejaba.
Sólo el amor podría con él. El amor… ¡Sí! ¡El amor! Y las palabras, tan bien escogidas, tan adecuadas, eran una hiedra que cubría su pena y la intentaba asfixiar. Sin embargo, a veces la pena es el reflejo de algo más profundo.


Pero las cosas de la noche poseían una belleza sutil. El viento se había transformado. Era ahora severo y desolador, pero sonaba con fuerza y frescura. La tierra, los árboles y sus hojas habían como mudado de aspecto. Ahora eran oscuros y habían perdido sus detalles, pero emanaba de ellos una presencia distinta. Y en su oscuridad, se fundían y recreaban los contornos, y entraban a formar parte de un nuevo y vasto continuo. Y la luna, con su luz lacerante, tan inhumana y alejada de todo, sublimaba y enaltecía todo cuanto a uno rodeaba. La noche irradiaba nueva vida. Una vida terrible.


¡El amor vencería al dolor! Y ese amor… ¿Dónde encontrarlo? ¿Y dónde buscarlo? ¿O es que debía pedirse? ¿Y eso qué era, rezar? ¿Y creía acaso en Dios a estas alturas? No lo sabía. Quizás debía escarbar dentro de su propia alma. Si había algún Dios ahí afuera, puede que también estuviera aquí adentro. Sí, así debía hacerse. La solución al problema debía encontrarse en su interior, y en su interior debería buscarla. El final del dolor, el final del vacío… El consuelo. Su corazón lo necesitaba. Y el alma estaba ya exhausta, y acabó cediendo a la realidad.
Y la verdad acabó filtrándose por entre los resquicios de su corazón, y se reveló la calamidad. Los pensamientos se desvanecieron en un instante, engullidos por el abismo que se acababa de mostrar en su más íntimo ser. Una tormenta había hecho jirones la realidad. Y es que volvía a encontrarse solo y desarmado frente a sí mismo. Y lo que por un tiempo había permanecido oculto en la sombra de su alma, quedaría ahora visible para siempre.

No había amor para su hermano en su corazón. No, jamás había amado a Abel. ¿Cómo podría? ¿Cómo podría amarse a una persona que se sabía mejor que uno? Porque Abel se sabía mejor que él. Jamás tuvo forma de ocultarlo. ¿Y qué significaba ser uno mejor que otro frente a Él? Significaba también ser uno peor que el otro. ¿Y qué le queda al peor, sino lo peor? ¿Y cómo diablos se superaba aquello? La arrogancia de Abel le forzaba a mostrárselo en cada mirada, en cada gesto, como impulso venido desde lo alto. Pues también así él tenía derecho a actuar por impulso venido desde lo bajo, y así lo hizo. Lo peor para el mejor, esta vez. No, no había amor para su hermano, ni lo habría jamás.

The frontier of relationship



Giacometti's workplace


What is a relationship? What does one really mean when he says he is in relationship with another?

Why is it that this issue seems to be so trifling to the "average people"? If one is asked for the meaning of a particular relationship (by relationship we mean friendship relationship), the most probable answer would be something like <I don't know, we are just friends>. Of course this is not generalizable, but the tone it involves could actually be generalizable to some extent. It is that tone that we want to focus on, and try to figure out what lies underneath.

This question points to another problem: to induce an attitude from a "verbal-limited" behaviour. That is, to try to understand how one feels and thinks from the way he expresses himself. However, isn't it already the main problem? In other words: the very disposition for this kind of approach denies us the assumption that we can actually infer some other's qualities. For that reason, if we definitely want to proceed with this, we have to accept that the conclusions we come to will indeed be subjective. Perhaps we will finish up knowing more about ourselves than about the others.

(falta)

martes, 10 de julio de 2012

La fuga

Fuga II, BWV 847, Bach


Lo fascinante de la fuga en Bach es esa integración proporcionadísima de las múltiples voces. Antes de él, ya hay compositores que logran dotar de coherencia a un conjunto de voces independientes. En Bach sin embargo, la individualidad de cada melodía (que se hace patente al interpretarlas por separado) está verdaderamente subordinada a la unidad del conjunto. En otras palabras: la armonía de la fuga es de algún modo autónoma frente a la dispersión de las voces. El entrecruzamiento de las líneas melódicas genera una estructura nueva. Supracoherencia. De lo múltiple se llega a la unidad. En cierto sentido, "supera" al lenguaje verbal en lo referente al significado (mutatis mutandis). En el lenguaje verbal, la sofisticación consiste en una combinación de sintaxis, gramática y vocabulario. Pero las posibilidades expresivas están ya contenidas en las palabras. Por mera "combinación cronológica", las palabras "conforman" significados distintos.

Esa cualidad distintiva de la fuga con respecto al lenguaje verbal, ¿podría residir en la "combinación simultánea" de las notas (palabras)? Es decir, ¿podría deberse simplemente a la armonía como tal? Pero la armonía está presente en toda la música. ¿Qué hace pues tan diferente a la fuga frente a otras formas? El contrapunto. Gracias al contrapunto, las posibilidades expresivas crecen enormemente, justamente porque a la horizontalidad de las melodías se "añade" la verticalidad de las armonías. ¡Y todo esto "salió" de una sola cabeza, y "entra" en una sola cabeza! ¡Esquizofrenia musical!

Acaso de la multiplicidad de las voces de los esquizofrénicos surja una cierta coherencia. Acaso no todo el mundo está preparado para escuchar la armonía del loco. Los locos, quizás, lo están.

Estabilidad / inestabilidad

Patonejo


Cuando el pensamiento está estable, es decir, cuando hay un cierto orden en el pensamiento, todas las conclusiones asociadas a ese estado se encuentran potencialmente presentes y, aun pudiendo no estar limitadas en número, lo están en cuanto a que vienen determinadas por ese estado mental concreto. Ahora bien: cuando el pensamiento "se siente" inestable, eso podría ser un indicio de un cambio de orden (y, por lo tanto, de un cambio de conclusiones). Cuando cesa la inestabilidad, es que ya se ha establecido un nuevo juego de conclusiones (de nuevo, tal vez no cuantificable y extenso, pero siempre determinado). Vuelve a ser una situación análoga a la inicial.

La inestabilidad es provechosa en cuanto a que supone un cambio en las posibilidades (¡el mundo cambia!). Es el autoinconformismo. El autoconformismo permanecerá mientras la inestabilidad esté ausente.

La inestabilidad (la crisis) como síntoma de cambio del sistema de posibilidades. La inestabilidad como síntoma de transformación ética.

"2.0123 Si conozco un objeto también conozco todas sus posibles apariciones en estados de los asuntos. (Cada una de estas posibilidades debe ser parte de la naturaleza del objeto.) Una nueva posibilidad no puede ser descubierta posteriormente."- Tractatus